Desde la segunda mitad del seiscientos las guerras y la complejidad administrativa motivaron un creciente interés de las monarquías por una cartografía más rigurosa. Innovaciones como el telescopio, el péndulo y las tablas logarítmicas permitieron mejorar los levantamientos topográficos, y con el sistema de triangulaciones la forma y dimensiones del territorio ganaron precisión. Tal aconteció en la Francia del Rey del Sol, donde, por cierto, se confeccionaron diversos cartogramas de las tierras valencianas, como los de Nolin (Les Royaumes de Valence et Murcia), Fer e Inselin.
Fue en el siglo XVIII cuando los Borbones españoles acometieron una política cartográfica, la cual auspiciarían a resultas de la extensión de las instituciones y las leyes castellanas a los territorios de la antigua corona aragonesa y la correspondiente reforma de las circunscripciones administrativas que condujo a la necesidad de plasmar la nueva unidad territorial en cartogramas. Durante varias décadas los mayores logros en este sentido correspondieron a geógrafos de origen francés, a los cuales se deben algunos mapas y sobre todo, un considerable número de planos de ciudades y fortificaciones del Reino de Valencia.